jueves, 13 de enero de 2011

"Las Mellizas" de J.C.Onetti, Versión de Juan Sasturain y Alberto Breccia

Dos maestros uruguayos: Juan Carlos Onetti y Alberto Breccia, de la mano de Juan Sasturain.
(Adjunto más abajo los bocetos previos).

Una Breve anécdota contada por Juan Sasturain
La revista "Crisis" en la que -durante su primera estapa- se había editado el cuento "Las Mellizas", envió a España a Sasturain con la excusa de llevarle a Onetti una carta esctira por Soriano, y de paso entablar contactos con el autor para sumarlo al Staff de la publicación. Sobre el encuentro, el escritor argentino cuenta lo siguiente:

"Recuerdo que mi amigo el dibujante Juan Giménez -debo haber parado en su casa- me llevó en moto una calurosa tarde de julio o agosto. Toqué timbre y entreabrió ella, Dolly, la veterana compañera del monstruo, la custodia de la cueva. Le dije, ahí nomás en el pasillo, que venía de Buenos Aires, que traía una carta de Soriano para Onetti, que pensaba dejarle una revistas...

-Ah, Crisis... -dijo al descubrirlas-. Juan Carlos (¿o habrá dicho Juan?) está tan enojado con lo que le hicieron...

Visto en perspectiva, ahí es cuando debería haberme borrado. Sin embargo me quedé en el molde, no quise saber. Apenas parpadeé, esperé. Onetti era y es, significaba y significa mucho para mí y para cualquiera: en nuestro idioma, Borges, Felisberto y él. Después, el resto.

Y Dolly me hizo pasar -''Le voy a avisar a Juan Carlos''- y me dejó en el sillón del living desolado, inexpresivo, del que no puedo recordar sino una ventana no demasiado clara a la derecha, el pasillito de acceso a la habitación en el ángulo izquierdo. Me sentía tenso pero feliz en el fondo, con la guardia baja.

Y al final, apareció.

Estaba como lo vi en una entrevista de Televisión Española años después, hecha en la cama. En piyama claro y con medias azules de talón fugitivo -no me acuerdo de chinelas o chancletas-, despeinado o peinado a cuatro dedos, y con los gruesos anteojos algo ladeados. Acaso la barba crecida es un detalle que le agrego y no desentona.

Onetti me saludó sin registrar mi nombre -un dato innecesario-, se sentó a mi lado y, sin énfasis, grave e impersonal, en quince minutos, acaso en media hora, me destruyó. Mejor dicho: me dejó destruido.

No puedo reconstruir la conversación. Supongo incluso que no lo fue. Me quedan el clima y el efecto corrosivo. De salida fue al grano. Me contó a mí, el mensajero ocasional y para que lo transmitiera a quien correspondía, que lo que habían hecho con Las mellizas -''un texto personal, algo privado''- era una porquería. Que nunca lo hubiera autorizado. Que era un abuso de confianza imperdonable, una vergüenza haberse atrevido a hacer ''eso'' que incluso traicionaba el sentido de la historia...

Ahí -visto desde ahora- tuve mi segunda oportunidad de zafar. Debería haber hecho que tomaba nota, darle la mano, pedir vagas disculpas impersonales y escapar. Pero no. Hay algo peor que ser católico. Y es haberlo sido. No sólo me quedé sino que dije la verdad: fui yo. Yo, esta basura innoble y cuarentona, sin siquiera el atenuante de la irresponsabilidad juvenil; yo fui el que se atrevió a tocar el texto sagrado, profanar la Literatura con una grotesca versión a cuadritos. Y en seguida, tras adherir a sus reproches, esgrimí el atenuante, no del hecho en sí, sí de las circunstancias: creíamos que él autorizaba, creíamos que la revista tenía los derechos, no sabíamos -incluía a Breccia-, obrábamos mal de buena fe, pedí disculpas reiteradas. No me registró. Yo era un detalle. Yo no existía; lo importante era el enojo, la actuación soberbia, casi calderoniana de la honra y el texto personal mancillados. Y eso fue todo; soy incapaz de recordar nada más.

Me fui de ahí, no como quien se desangra sino como quien se adelgaza: podría haber pasado por debajo de la puerta, chatito, aplastado. Recuerdo la sensación de bochorno, vergüenza y humillación al llegar a la calle. No tenía margen de donde rescatarme: la verdad, era un inútil, un forrazo. Había hecho todo mal antes y durante; y el momento que podría haber sido sublime de cercanía con el maestro se había convertido en un mediocre infierno.

(...)

El cierre de algún modo equitativo me lo dio el salpicado Breccia, otro genio, otro impune, otro invulnerable: ''¿No le gustó el laburo? ¿Pero quién carajo se cree que es ese viejo pelotudo? No le des bola, Juan''. Y sentí que de algún modo, emparedado entre las moles de los dos veteranos uruguayos, yo era un Carlitos, uno que quedó en el medio de esos pesos pesado. Entonces me hice a un lado y recién ahí pude volver a respirar."

No hace falta aclarar que la versión de Sasturain y Breccia es increíblemente buena; eso sí, me falta leer "Las Mellizas" en prosa.
Quien tenga el texto original, por favor, no dude en publicarlo en los comentarios.

Salud.

Fuente: http://www.bitacora.com.uy/noticia_431_1.html













2 comentarios:

  1. Jua jua, este Sasturain me hace reir, lastima que es de racing.
    Hermoso blog viejo, un rincon de sombra donde descansar la mirada y agitar las ideas.

    Saludos,

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  2. Checho, un honor su visita. Sepa que es bienvenido (y que su blog no agita menos que éste).

    Un gran saludo.

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