Clément Moreau (Carl Meffert). Crucifixión Anarquista. |
Palabras de Auguste Vicent Theodore Spies, de profesión impresor (y periodista), ante el tribunal que le condenó a muerte (Fragmentos)
Al dirigirme
a este tribunal lo hago como representante de una clase a otra que es su
enemiga, comenzando con las mismas palabras con que el veneciano Marino
Fallieri se dirigió a su verdugo, el Consejo de los Dios, hace cinco siglos:
"¡Mi defensa es vuestra acusación! Las causas de mis supuestos crímenes,
¡vuestra historia!"
He sido
acusado de asesinato, como cómplice o ejecutor, y se me ha condenado a pesar de
que el ministerio público no pudo presentar una sola prueba que me inculpe en
ninguno de los dos aspectos: de los testimonios expuestos no se desprende que
yo haya arrojado la bomba ni que sepa quién fue el que la tiró. Sólo se han
tenido en cuenta las declaraciones contradictorias de Thompson y de Gilmer,
testigos pagados por la policía, de acuerdo con instrucciones del fiscal
Grinnell y del capitán Bonfield, para hacerme pasar por criminal.
Y puesto que
no hay hecho alguno que pruebe mi participación o ¡ni responsabilidad en aquel
suceso, entonces la sentencia y su ejecución no son más que un asesinato legal
preconcebido, un crimen malvado y que se ejecutará a sangre fría. Asesinato
planeado tan infame y canallescamente como no hay que buscar ejemplos análogos
más que en la historia de las persecuciones políticas y religiosas. Se han
cometido muchos crímenes judiciales aun en casos en que los representantes del
estado han obrado de buena fe, creyendo realmente delincuentes a los
sentenciados. Pero en este caso el ministerio público ni siquiera puede
ampararse en esa excusa; no puede porque sus representantes, Grinnell y
Bonfield, han fabricado la mayor parte de los testimonios y escogieron un
jurado viciado desde origen. ¡Ante este tribunal y ante el pueblo
supuestamente representado por el estado, acuso de conspiración infame para
asesinarnos al fiscal Grinnell y a su digno compinche Bonfield!
[...] La
clase que está ávida, con bestial codicia, de nuestra sangre, la clase de los
buenos y piadosos cristianos, ha intentado a través de su prensa y por todos
los medios inimaginables de ocultar cuidadosamente los hechos tal como se
produjeron, de mantenerlos en secreto. Lo ha conseguido en parte, añadiendo a
los odiados acusados el calificativo de "anarquistas" y
describiéndolos como una tribu de salvajes recientemente descubierta o como una
especie de caníbales y, además, inventando tenebrosas y espeluznantes leyendas
de conspiraciones misteriosas y oscuras, para sembrar aún más el temor. Esos
buenos cristianos trataron así de encubrir el hecho de que en la noche del 4 de
mayo doscientos hombres armados, bajo el mando de un matón notorio y sin
conciencia cayeron sobre un pacífico mitin de ciudadanos. ¿Con qué propósito?
¡Con el propósito de herir o de matar el mayor número posible de ellos!
[.. .] Los
trabajadores de esta ciudad se irritaron un poco por la desvergüenza de sus
benéficos amos. Comenzaron a decir verdades que sonaron desagradablemente en
los oídos de los patricios. Hasta se atrevieron a presentar, ¡oh, increíble
indecencia!, algunas comedidas demandas de mejoras laborales. Sostuvieron, ¡qué
audacia!, que ocho horas de intenso trabajo por día por solamente dos horas de
paga era insuficiente [...].
Ese populacho
sin leyes tenía que ser reducido al silencio, y era la cosa más fácil del mundo
lograrlo por la intimidación, asesinando al menos a aquellos a quienes
distinguían como líderes, sí, a esos perros extranjeros había que hacerles ver
de una vez para siempre que no deben ocuparse, en lo sucesivo, de las honestas
maquinaciones de sus benefactores amos cristianos [...].
El principal
argumento de Grinnell contra los acusados fue: "Son extranjeros, no son ciudadanos norteamericanos". No puedo
hablar por los demás, hablo por mí mismo. Resido en este estado por lo menos el
mismo tiempo que Grinnell, y me considero por lo menos tan buen ciudadano como
él, aunque la comparación con semejante ente me resulte desagradable y
preferiría no hacerla. Grinnell, como ya lo han demostrado nuestros abogados,
apeló demagógicamente al patriotismo de los señores del jurado. A eso respondo
citando las palabras de un escritor inglés: "¡El patriotismo es el último
refugio de los rufianes!"
[...]
Grinnell ha repetido varias veces que aquí se procesa al anarquismo. Pues
bien, la teoría del anarquismo pertenece al dominio de la filosofía
especulativa. En el mitin de Haymarket no se dijo una sola palabra acerca del
anarquismo; sólo se habló del tema muy popular de la reducción de la jornada de
trabajo. Pero "el anarquismo es aquí procesado", eructa Grinnell.
Pues si de eso se trata [...] podéis condenarme, porque soy anarquista. Yo creo
como Buckle, como Paine, como Jefferson, como Emerson, Spencer y muchos otros
grandes pensadores […] que el estado de las castas y las clases, que el estado
en que una clase domina a la otra que vive de su trabajo —a lo cual vosotros
llamáis orden—, creo, sí, que esta forma bárbara de organización social, con
su sistema de robo santificado y de asesinatos legales, está próxima a morir
para ceder el puesto a una sociedad libre, a una sociedad voluntaria o
hermandad universal, si así lo preferís.
¡Podéis,
pues, sentenciarme, honorable juez, disponer mi muerte, pero no impediréis que
el mundo sepa que en el estado de Illinois, en este Año del Señor de 1886, ocho
hombres fueron condenados a muerte sólo porque no han perdido la fe en un
futuro mejor, por creer en la victoria final de la Libertad y la Justicia!
[.. .] Ya he
expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo. No puedo abominar
de ellas, ni tampoco lo haría aunque pudiese. Y si pensáis que habréis de
aniquilar estas ideas, que día a día ganan más y más terreno, enviadnos a la
horca. ¡Si una vez más aplicáis la pena de muerte por el delito de atreverse a
decir la verdad —y os desafiamos a que demostréis que hemos mentido alguna vez—
yo os digo que si la muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad,
entonces estoy dispuesto a pagar tan alto precio, orgullosa y bravamente! ¡Llamad
a vuestro verdugo! ¡Ahorcadnos! ¡La verdad crucificada en Sócrates, en Cristo,
en Giordano Bruno, en Juan Huss, en Galileo, vive aún! ¡Estos y muchos otros
nos han precedido en el pasado! ¡Estamos prestos a seguirles!
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Carta de Adolph Fischer, tipógrafo de oficio, al gobernador M. Oglesby, del estado de Illinois (Fragmentos)
Cárcel de Chicago, 1 de noviembre de 1887.
He sabido que circulan petitorios pidiéndoos la conmutación
de la pena de muerte que la Corte del Estado ha pronunciado contra mí, trocándola
por la prisión perpetua. Agradezco a los firmantes esa espontánea muestra de
simpatía, pero declaro que se efectúa sin mi autorización. Como hombre de honor
y de conciencia no puedo pedir gracia. No soy criminal y no puedo arrepentirme
de lo que no he hecho.
¿Pediría perdón por mis principios, por lo que creo justo y
bello? I jamás! No soy hipócrita y no puedo pretender que se me perdone por ser
anarquista; al contrario, la experiencia de los últimos dieciocho meses ha
afirmado mis convicciones.
Se me pregunta si soy responsable de la muerte de los
policías en Haymarket. No responderé a esa pregunta mientras no declaréis que
cada abolicionista era responsable de los actos de John Brown. No puedo pedir
gracia, ni recibirla, sin perder el derecho a mi propia estimación: si no
puedo obtener justicia, si no puedo ser devuelto a mi familia, prefiero que la
sentencia se ejecute.
Todo el que esté un poco al corriente de los acontecimientos
debe reconocer que esa sentencia ha sido inspirada en el odio de clases, en la
excitación de la opinión pública por una prensa perversa, en el deseo que anima
a la clase dominante de' reprimir el movimiento socialista. Los partidos
interesados niegan esto, y sin embargo no es más que la pura verdad, y estoy
persuadido de que las generaciones venideras juzgarán nuestro proceso, nuestra
sentencia y nuestra ejecución del mismo modo con que hoy juzgamos las
crueldades de los siglos pasados: la intolerancia y el prejuicio pretendiendo
sofocar las ideas de libertad.
Si la exposición de los principios sociológicos constituye
delito en estos avanzados tiempos, yo no puedo resignarme a creer en semejante
absurdo, aun cuando las leyes así lo preceptúen, porque mi razón y mi
conciencia me dicen y aconsejan que no es delito sino virtud el propender a
mejorar la vida material y social de los demás, siguiendo las inspiraciones de
la naturaleza.
La historia se repite. En todo tiempo los poderosos han
creído que las ideas de progreso se abandonarían con la supresión de algunos
agitadores; hoy la burguesía cree detener el movimiento de las reivindicaciones
proletarias por el sacrificio de algunos de sus defensores. Pero aunque los
obstáculos que se opongan al progreso parezcan insuperables, siempre han sido
vencidos, y esta vez no constituirán una excepción a la regla.
En todas las épocas, cuando la situación del pueblo ha
llegado a un punto tal que una gran parte se queja de las injusticias
existentes, a clase poseedora responde que las censuras son infundadas y atribuye
el descontento a la influencia deletérea de ambiciosos agitadores.
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Palabras del acusado George Engel, de oficio impresor, ante el tribunal que lo condenó a muerte (Fragmentos)
Es la primera vez que comparezco ante un tribunal
norteamericano, y en él se me acusa de asesino. ¿Y por qué razón estoy aquí?
¿Por qué razón se me acusa de asesino? Por la misma que me hizo abandonar
Alemania: por la pobreza, por la miseria de la clase trabajadora.
Aquí también, en esta "República libre", en el
país más rico de la tierra, hay muchos obreros que no tienen lugar en el
banquete de la vida y que como parias sociales arrastran una vida miserable.
Aquí he visto a seres humanos buscando algo con qué alimentarse en los montones
de basura de las calles.
[…] Cuando en 1878 vine desde Filadelfia a esta ciudad creí
que iba a hallar más fácilmente medios de vida aquí, en Chicago, que en aquella
ciudad, donde me resultaba imposible vivir por más tiempo. Pero mi desilusión
fue completa. Entonces comprendía que para el obrero no hay diferencia entre
Nueva York, Filadelfia y Chicago, así como no la hay entre Alemania y esta tan
ponderada república. Un compañero de taller me hizo comprender,
científicamente, la causa de que en este país rico no pueda vivir decentemente
el proletario. Compré libros para ilustrarme más y yo, que había sido político
de buena fe, abominé de la política y de las elecciones y comprendí que todos
los partidos estaban degradados y que los mismas socialistas demócratas caían
en la corrupción más completa.
Entonces entré en la Asociación Internacional de los
Trabajadores. Los miembros de esta Asociación estamos convencidos de que sólo
por la fuerza podrán emanciparse los trabajadores, de acuerdo con lo que la
historia enseña. En ella podemos aprender que la fuerza libertó a los primeros
colonizadores de este país, que sólo por la fuerza fue abolida la esclavitud y
que, así como fue ahorcado el primero que en este país agitó a la opinión
contra la esclavitud, vamos a ser ahorcados nosotros [...].
¿En qué consiste mi crimen?
En que he trabajado por el establecimiento de un sistema
social donde sea imposible que mientras unos amontonen millones [...], otros
caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para
todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser
utilizadas en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de
la naturaleza y mediante ellas robáis u las masas el derecho a la vida, a la
libertad y al bienestar [...].
La noche en que fue arrojada la primera bomba en este país,
yo estaba en mi casa y no sabía una palabra de la "conspiración" que
pretende haber descubierto el ministerio público. Es cierto que tengo relación
con mis compañeros de proceso, pero a algunos sólo los conozco por haberlos
visto en las reuniones de trabajadores. No niego tampoco que he hablado en
varios mitines ni niego haber afirmado que, si cada trabajador llevara una
bomba en el bolsillo, pronto sería derribado el sistema capitalista imperante.
Esa es Mi opinión y mi deseo, [pero] no combato
individualmente a los capitalistas; combato al sistema que produce sus
privilegios. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quiénes son
sus enemigos y quiénes sus amigos.
Todo lo demás merece mi desprecio. Desprecio el poder de un
gobierno inicuo. Desprecio a sus policías y a sus espías.
En cuanto a mi condena, que fue alentada y decidida por la
influencia capitalista, nada más tengo que decir.
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Palabras del acusado Michael Schwab, de oficio encuadernador, ante el juez Joseph E. Gary (Fragmentos)
Hablaré poco. Seguramente no despegaría los labios sí mi
silencio pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que
acaba de desarrollarse.
Denominar justicia a los procedimientos seguidos en este
proceso sería una burla. No se ha hecho justicia ni podría hacerse porque
cuando una clase está frente a otra es una hipocresía y una maldad su sola
suposición.
Decís que la anarquía está procesada, y la anarquía es una
doctrina hostil a la fuerza bruta, opuesta al criminal sistema presente de producción
y distribución de la riqueza.
Me sentenciáis a muerte por escribir en la prensa y
pronunciar discursos. El ministerio público sabe tan bien como yo que mi supuesta
conversación con Spies jamás existió. Sabe algo mejor que esto: sabe y conoce
todas las bellezas del trabajo del que preparó aquella conversación. Cuando
comparecí ante el juez, al principio de este proceso, dos o tres policías
declararon que sin ninguna duda se me había visto en Haymarket, cuando Parsons terminaba
su discurso. Entonces, evidentemente, se trataba de atribuirme el delito de arrojar
la bomba. Al menos en los primeros telegramas que se dirigieron a Europa se
dijo que yo había arrojado varias bombas sobre la policía. Más tarde se
desprendió la futilidad de esta acusación, y entonces fue Schneubelt el
acusado [...].
[...] ¡Habláis de una gigantesca conspiración! Un movimiento
no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay
secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una
próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países
industriales del mundo, y ese cambio viene, ese cambio no puede menos que
llegar [...]. Porque si nosotros calláramos hablarían hasta las piedras. Todos
los días se cometen asesinatos, los niños son sacrificados inhumanamente, las
mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombres mueren lentamente
consumidos por sus rudas faenas, y no he visto jamás que las leyes castiguen
estos crímenes.
[...] Como obrero que soy he vivido entre los míos; he
dormido en sus guardillas y en sus cuevas; he visto prostituirse la virtud a
fuerza de privaciones y de miseria y morir de hambre a hombres robustos por
falta de trabajo. Pero esto lo había conocido en Europa y abrigaba la ilusión
de que en la llamada "tierra de la libertad" no presenciaría estos
tristes cuadros. Sin embargo, he tenido ocasión de convencerme de lo contrario.
En los grandes centros industriales de Estados Unidos hay más miseria que en
las naciones del Viejo Mundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitaciones
inmundas, sin ventilación ni espacio suficiente; dos y tres familias viven amontonadas
en un solo cuarto y comen piltrafas de carne y algunas verduras. Las
enfermedades más crueles se ceban en los hombres, en las mujeres, en los niños,
sobre todo en los infelices e inocentes niños. ¿Y no es esto horrible en una
ciudad que se reputa civilizada?
[...] De ahí, pues, que haya aquí más socialistas nativos
que extranjeros, aunque la prensa capitalista afirme lo contrario con objeto
de acusar a los últimos de traer la perturbación y el desorden.
[...] El socialismo, tal como nosotros lo entendemos,
significa que la tierra y las máquinas deben ser propiedad común del pueblo. La
producción debe ser regulada y organizada por asociaciones de productores que
suplan a las demandas del consumo. Bajo tal sistema, todos los seres humanos
habrán de disponer de medios suficientes para realizar un trabajo útil, y es
indudable que a nadie le faltará trabajo. Cuatro horas de trabajo por día
serían suficientes para producir todo lo necesario para una vida confortable
con arreglo a las estadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las
ciencias y al arte.
Tal es lo que el socialismo se propone. Hay quien dice que
esto no es norteamericano. Entonces, ¿será norteamericano dejar al pueblo en
la ignorancia, será norteamericano fomentar la miseria y el crimen? ¿Qué han
hecho los grandes partidos políticos por el pueblo? Prometer mucho y no hacer
nada, excepto corromperle comprando sus votos en los días de elección. Es
natural, después de todo, que en un país donde la mujer tiene que vender su
honor para vivir el hombre venda su voto.
[.. .] La anarquía es el orden sin gobierno.
Nosotros, los anarquistas, decimos que el anarquismo será el
desarrollo y la plenitud de la cooperación universal (comunismo). Decimos que
cuando la pobreza haya sido eliminada y la educación sea integral y de derecho
común la razón será soberana. Decimos que el crimen pertenecerá al pasado y que
las maldades de aquellos que se extravían podrán ser evitadas de distinto modo
al que hoy impera. La mayor parte de los crímenes son debidos al sistema
imperante, que produce la ignorancia y la miseria.
Nosotros, los anarquistas, creemos que se acercan los
tiempos en que los explotados reclamarán sus derechos a los explotadores y
creemos además que la mayoría del pueblo, con la ayuda de los marginados de las
ciudades y de las gentes sencillas del campo, se rebelarán contra la burguesía
de hoy.
La lucha, en nuestra opinión, es inevitable.
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Palabras del acusado Oscar W. Neebe, organizador de secciones de oficio, ante el jurado que lo condenó a quince años de prisión (Fragmentos)
Durante los
últimos días he podido aprender qué es la ley. Confieso que antes no lo sabía. Yo
ignoraba que se pudiera ser convicto de un crimen por conocer a Spies, Fielden
y Parsons. He presidido un mitin en Turner Hall, al que vosotros fuisteis
invitados para discutir el anarquismo y el socialismo.
Yo estuve,
sí, en aquella reunión, a la que no se presentaron los representantes del
sistema capitalista actual para discutir con los obreros sus aspiraciones. No
lo niego. Tuve también en cierta ocasión el honor de dirigir una manifestación
popular y nunca he visto un número tan grande de hombres en correcta formación
y en tan absoluto orden. Aquella manifestación imponente recorrió las calles de
la ciudad en son de protesta contra las injusticias sociales.
Si esto es
un crimen, entonces admito que soy un delincuente. Siempre he supuesto que
tenía derecho a expresar mis ideas como dirigente de un mitin pacífico y como
director de una manifestación. Sin embargo, se me declara convicto de ese
delito, de ese pretendido delito.
[.. .] Se me
imputa otro delito: haber contribuido a organizar varias asociaciones de
oficio, poner de mi parte todo cuanto pude para obtener sucesivas reducciones
en la jornada de trabajo y propagar las ideas socialistas. Desde el año 1865
siempre he trabajado en esto. [...] El 9 de mayo, al volver a casa, me dijo mi
esposa que habían venido veinticinco policías y que en el registro de la casa
habían hallado un revólver. No creo que sólo los anarquistas y socialistas
tengan armas en sus casas. Hallaron también una bandera roja, de un pie
cuadrado, con la que jugaba frecuentemente mi hijo. Se registraron del mismo
modo centenares de casas, de las que desaparecieron entonces numerosos relojes
y no poco dinero. ¿Sabéis quiénes eran los ladrones de los relojes y el dinero?
Vos lo sabéis, capitán Schaack. Vuestra compañía es una de las peores policías
de la ciudad. Yo os lo digo frente a frente y muy alto, capitán Schaack, vos
sois uno de ellos. Sois un anarquista a la manera en que vosotros lo entendéis.
Todos vosotros, en ese sentido, sois anarquistas.
Habéis
hallado en mi casa un revólver y una bandera roja. Habéis probado que organicé
asociaciones obreras, que he trabajado por la reducción de las horas de
trabajo, que he hecho cuanto he podido para volver a publicar el Arbeiter
ueitung. He ahí mis delitos. Pues bien: me apena la idea de que no me
ahorquéis, honorables jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte
lenta en que vivimos. Tengo familia, tengo hijos, y si saben que su padre ha
muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar
su tumba, pero no podrán, en caso contrario, entrar en el presidio para besar a
un condenado por un delito que no ha cometido.
Esto es todo
lo que tengo que decir.
¡Yo os lo
suplico! ¡Dejadme participar de la muerte de mis compañeros! ¡Ahorcadme con
ellos!
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Fuente: Fascículo N° 24 de la “Historia del Movimiento Obrero” (CEAL, 1973) dedicado a los Mártires de Chicago. El Autor, Gregorio Selser, trabajó con la traducción del inglés al alemán de Der justizmord von Chicago. Zum Amgedenken. 11 november 1887. de Pierre Ramus, de donde extrajo los testimonios.
Algo más sobre la Historia del 1° de Mayo.
Cómo habrá sido de importante ese hecho que en los USA no 'festejan' el día del trabajador el 1 de mayo para que se asocien las dos fechas. Terrible, desgarradora historia de cómo el estado es capaz de destruir a cualquiera que se oponga a sus ideales, sin importar etnia, credo o ideología. O más bien, importándole mucho ese tema.
ResponderEliminarSaludos anárquicos
J.