Si me apuran, el dibujo son ante todo, tres nombres: Rembrandt, Lajos Szalay y Carlos Alonso.
Pues bien, el 4 de febrero de 1929, nació uno de los más grandes dibujantes argentinos con una obra de nivel internacional. Estamos hablando, por supuesto, del tercero de esos nombres, que cumple hoy sus 83 años. Ninguna ocasión mejor para celebrar que compartir mi capítulo preferido de uno de mis libros de cabecera: “Carlos Alonso Ilustrador”; libro que pese a recibir todo tipo de manoseos se ha librado de momento de manchas de tinta, aunque no de la tormentosa sesión de digitalización con la que perdió para siempre su encuadernación ya para entonces bastante afectada.
Como fuera, los dibujos dedicados a los textos de Neruda me dejan sin aliento y me fue imposible seleccionar algunos, por lo que están todos (si no me equivoco, en la muestra había alguno más, creo que de "Tercera Residencia").
Al final, una parte de la entrevista que brindó el pasado año, tras el lamentable robo que sufrió en su casa de Unquillo, debido a que Alonso simepre tiene algo interesante que decir.
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Extracto de la entrevista a Carlos Alonso en la revista Ñ (6 de Agosto de 2011)
"La naturaleza, el refugio del pintor".
¿Cómo ve el arte hoy? Recuerdo una muestra suya, hace unos años. Se acercaban muchos jóvenes a saludarlo, con mucho amor. ¿Cómo es su relación con los artistas jóvenes?
Cuando tengo oportunidad de tener relación, en general es porque se acercan a mostrarme su obra, o a tener algún diálogo que ellos creen necesario, que ellos creen que puede aportarles alguna experiencia, que es lo que uno puede aportar a esta edad. En general, me llevo muy bien. Y cuando veo lo que producen, a pesar de que el panorama pareciera tener una dirección única, una mano única, yo veo muchas expresiones. Encuentro acá cantidad de gente joven que está dibujando y exponiendo dibujos, por ejemplo. Cosa que me sorprende gratamente, desde luego. Pero al mismo tiempo, recuerdo una frase muy significativa de Gauguin: “Yo quisiera que mi pintura se acerque más al mamarracho que a las obras clásicas”. Creo que acá se ha cumplido un poco esta premisa que quería para sí mismo Gauguin: sí, hay mucho mamarracho, ¿no? Pero eso no quiere decir que no sea legítimo. De pronto, si era legítimo para Gauguin puede seguir siendo legítimo que su tiempo exija del lenguaje una actitud menos severa, menos esteticista, o sea más vital, más subversiva, en fin. Es la juventud la que va encontrando cuál es el mundo que quiere reflejar, cómo lo quiere reflejar y qué parte del lenguaje heredado tiene validez y qué parte hay que reinventar. Siempre fue así en la historia de las artes, ¿no? Estaba leyendo recién en Internet un artículo sobre el Premio Petrobras. Cuando viví en Italia en 1971, conocí la obra de Piero Manzoni, el que hizo las latas de “Merda d’artista”. Quiero decirte que esta historia escatológica de los calamares no trae una novedad. No tiene el valor revolucionario o subversivo que podían tener ese tipo de cosas, o el arte povera, que también es de los años setenta. Quizás en ese momento estaba más politizado, ahora es más como un juego, como un desafío, en cierta medida. Lo curioso es que esa rebeldía se premia. Aquello creaba polémica, recalentaba el ambiente, y esto no siento que lo recaliente. No.
¿Lo dice porque está premiado, legitimado?
Sí, está legitimado inmediatamente de producido. Da la sensación de algo muy fácil de digerir.
¿Qué lo sigue conmoviendo del arte? ¿Qué lo sigue emocionando?
Yo diría que me siguen emocionando aquellas cosas auténticas, hechas con criterio totalmente a contracorriente. A mí siempre me atrajo la contracorriente, siempre trabajé a contrapelo. Es lo que me movilizó siempre. Siempre pensé tengo que dibujar lo que no está dibujado, tengo que pintar lo que no está pintado. Esta era una de las pocas premisas que trataba de que se cumpliera siempre en el taller. Y así muchos de los temas que traté no tienen antecedente en Argentina. Quiero decir que en eso fui coherente conmigo. Y otro elemento que también tenía mucha fuerza era la relación arte y comercio. Era otro de los valores que aprendí rápido y que sostuve siempre que pude.
¿Cómo es eso?
Tener claro que el arte no puede ser una mercancía, que no está dirigido a integrarse a la sociedad simplemente como algo decorativo o, cómo decirte, sin resistencia. Spilimbergo decía que la resistencia del material, hablando de pronto del grabado, templa el espíritu. Es como la resistencia que puede tener un violín o la resistencia que puede tener el lenguaje, el idioma. Trabajar con la resistencia del material es parte de templar la propia expresividad.
Interrumpimos la entrevista para que le tomen las fotos. Luego hablamos de fotografía, y de los amigos y artistas de su generación que ya no están.
Me falta, eso no lo tengo. Digo, los amigos, los pares con los que tenía diálogo, y más me faltan viviendo en Unquillo, donde se está mucho más aislado. Pero me llevo bien con la soledad. Los pintores vivimos la mayoría de nuestra vida en soledad. Soledad y silencio son parte de la materia de nuestro trabajo. Por lo menos del mío.
¿Cuál cree que es hoy la función de los artistas? Si es que la tienen. Estaba leyendo un libro que me parece que puede interesarle. Zygmunt Bauman dice que el arte respira eternidad. Que gracias al arte la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano.
Qué lindo, qué lindo.
El se pregunta si conseguirá el arte ser la última muralla defensiva de la inmortalidad. De una inmortalidad deconstruida por la fuerza del consumo y los posmodernos buscadores de sensaciones.
Si el arte no abandona su vocación de trascendencia, si no se propone metas baladíes o comerciales o inmediatas, es posible que sea la última frontera. Es cierto. Eso que te decía de sacar las obras de un cajón y colgarlas en un espacio es parte de la trascendencia a la que aspira el arte: a seguir viviendo en los ojos de los demás. Y seguir produciendo arte. Yo nunca me he sentido más artista que frente a un cuadro de Van Gogh. Nunca sentí tan clara mi posibilidad de hacer algo como cuando me puse frente a un cuadro suyo, la primera vez era muy joven. Dije: “Yo esto puedo hacerlo”. ¡Yo esto puedo hacerlo! Fue como una liberación. Porque la educación universitaria de Bellas Artes te va creando la sensación de que el arte es inmenso, inconmensurable, que vos sos un piojo, una hormiguita y que nunca vas a llegar… no… cosita, carboncito… Ponerse frente a las grandes obras, puede producirte un enorme dolor, como Velázquez, porque te das cuenta de que nunca vas a pintar así. Pero también están esos pintores como Van Gogh, que son como una ventana abierta. Y uno dice esto yo lo puedo pintar, ¡esto yo lo puedo hacer! O sea: vale la pena que lo intente. Pasan las dos cosas. Pero los dos trascienden, los dos tienen esa semilla creativa que se inserta, como decía Bacon, en el sistema nervioso. Y ya no podés olvidarlo más.
¿Cómo hizo para no estar pendiente del mercado?
Hice mil cosas. Dentro del oficio hice de todo.
Usted empezó muy joven, ¿cómo se hace? Porque todo artista quiere meterse.
Claro. Yo tuve la fortuna que desde la primera muestra en Bs. As. los pintores me aceptaron. Y después rápidamente tuve la aceptación de la gente, digo de los compradores. Y cuando la obra se hizo tan erizada y poco comercial, como El ganado y lo perdido , obras de mucho conflicto ideológico, vivía de la ilustración. Llegué a ilustrar 30 libros. Hice de todo: tapas de discos, tapas de libros. El oficio me permitió, sin bajar de ninguna manera los sueños que tenía para mi trabajo, sobrevivir, con más o menos dificultad… Hice muchísimos retratos. De pronto, viste, iba a Córdoba y hacía diez retratos de señoras (risas). Y con la mayor nobleza y verdad posible, pero me ayudaban a sobrevivir.
¿Hace rápido los retratos o mira muchas horas?
No, yo hago muchas veces el retrato. El acercamiento nunca es en un solo dibujo. Trato de ir conociendo al modelo y haciendo dibujos muy sueltos, sin ninguna pretensión de acabado, simplemente trato de apresar la estructura, la esencia o aquello que al rostro del modelo te cuenta. Voy haciendo esos dibujos, los voy tirando en el piso y empiezo a ver que entre el primero y el cuarto hay una diferencia enorme… a veces es mejor el primero.
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