Rafael Barrett por Carlos Alonso
A 100 años de la muerte del escritor, un pequeño homenaje...
NUESTRO PROGRAMA (Extracto)
Decíamos en nuestros manifiestos:
“Germinal no estará con lo viejo, sino con lo nuevo; opondrá al dogma la idea, y a la autoridad, el examen. Preferirá lo verdadero a lo retórico.
No defenderá el oro, ni el poder, sino el trabajo.
No aceptará lo legal, sino lo justo.
Organizará la resistencia y el avance de los que producen y crean.
No hará política, hará humanidad”.
Insistimos en este punto: que los urgentes problemas de la Humanidad son económicos.
Para verlos, sentirlos y resolverlos, es necesario que el hombre desnude su espíritu; es necesario que liberte su cerebro; es necesario que haga a su inteligencia bastante valiente para mirar cara a cara la verdad y confesarla, y a su corazón bastante valiente para mirar cara a cara la justicia y defenderla.
¿Instruir? No es lo esencial. ¿Enseñar gramática y química a un esclavo? ¿Para qué? Lo que hay que enseñarle es que aborrezca su estado, que sufra y se desprecie y se indigne, que ame la libertad más que la vida. No es cuestión de ciencia. No es ciencia lo que hace falta, sino conciencia.
El hombre libre buscará la ciencia sin que se la recomienden. El prisionero resuelto a evadirse buscará la lima que corte la reja. Aprender a leer es encontrar la lima.
¿Un libro? Cosa admirable, si el libro corta la cadena, y desnuda el espíritu.
Herid lo moral. Lo moral es lo real. Haced que el hombre se avergüence de obedecer. Suprimid el sacerdote, el capitán, el patrono, el magister. Matad el principio de autoridad donde lo halléis. Que el hombre lo examine todo por sí. Quesea responsable de sí propio. Si cae, que sea siquiera porque se equivoca él, no porque se equivoca otro. Combatamos al jefe, a todos los jefes. Tenemos en el fondo de nosotros mismos cuanto necesitamos.
LA ROSA
La ancha rosa abierta empieza a deshojarse. Inclinada lánguidamente al borde del vaso, deshace con lento frenesí sus entrañas purísimas, y uno a uno, en el largo silencio de la estancia, van cayendo sus pétalos temblando. Aquella en quien se mezclaron los jugos tenebrosos de la tierra y el llanto cristalino del firmamento, yace aquí arrancada a su patria misteriosa; yace prisionera y moribunda, resplandeciente como un trofeo y bañada en los perfumes de su agonía.
Se muere, es decir, se desnuda. Van cayendo sus pétalos temblando; van cayendo las túnicas en torno de su alma invisible. Ni el sol mismo con tanto esplendor sucumbe. En las cien alas de rosa que despacio se vuelcan y se abaten, palpita la nieve inaccesible de la luna, y el rubor del alba, y el incendio magnífico de la aurora boreal. Por las heridas de la flor sangra la belleza.
Esta rosa, más bella aun al morir que al nacer, nos ofrece con su aparición discreta una suave enseñanza. Sólo ha vivido un día; un día le ha bastado para ocupar la más noble cumbre de las cosas. Nosotros los privados de belleza, vivimos, ¡ay!, largo tiempo. Nos conceden años y años para que nos busquemos a tientas y avancemos un paso. Y confiemos siquiera en que la muerte nos dará un poco más de lo que nos dio la vida. ¿A qué prolongaría la belleza su visita a este mundo extraño? No podemos soportar el espectáculo de la belleza sino breves momentos.
Los seres bellos son los que nos hablan de nuestro destino. La flor se despide; me habla de lo que me importa, porque es bella. Se va y no la he comprendido. Desnuda al fin, su alma se desvanece y huye. El crepúsculo se entretiene en borrar las figuras y en añadir la soledad al silencio. Entre mis dedos cansados se desgarran los pétalos difuntos. Ya no son un trofeo resplandeciente, sino los despojos de un sueño inútil.
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